Tras 48 horas de la explosión en Beirut, la sociedad mundial sigue todavía conmocionada. El
balance de daños humanos ahora mismo asciende a 135 muertes y más de 5.000 heridos,
cantidad provisional la cual irá aumentando, probablemente, durante los próximos días.
La tragedia se inició en la tarde del martes, alrededor de las 18:00 de la tarde -según han
informado fuentes locales-, en un almacén situado en el puerto de la capital libanesa. Aunque
las investigaciones continúan para averiguar la causa de la explosión, se cree que el fuego pudo
originarse debido al contacto de alguna fuente de fuego, como una soldadora, con la mercancía
almacenada en la nave, nitrato de amonio, una sustancia utilizada como fertilizante pero que
también es muy explosiva.
Los hechos han acontecido, justamente, la misma tarde en que se iba a dictar sentencia en el
juicio por el asesinato del ex primer ministro, Rafik Harir, en 2005, el cual falleció tras estallar un
coche bomba a manos, presuntamente, del grupo armado libanés Hizbolá.
Las conspiraciones no han tardado en llegar y ya hemos podido escuchar las primeras
declaraciones de personalidades importantes como Lina Khatib, investigadora y dirigente del
centro de estudios internacionales ‘Chantam House’, la cual se cuestiona: “¿Quién necesita
2.750 toneladas de nitrato de amonio?”
Ha trascendido ya que dicha cantidad de esta peligrosa sustancia llevaba 6 años almacenada en
la nave portuaria y, al parecer, sin ningún tipo de medida de seguridad. Respecto al propietario
de la mercancía, las autoridades libanesas han declarado que pertenecen a un empresario ruso,
llamado Igor Grechushkin, el cual fue privado del componente químico mientras lo trasladaba
de Georgia a Mozambique, debido a que el barco -de bandera moldava- había sido declarado no
apto para navegar.
Rodeado de zonas turísticas, en el puerto de Beirut se vivieron ayer momentos de pánico, las
calles se llenaron de personas ensangrentadas, sorprendidas ante la inesperada destrucción de
todo lo que les rodeaba. En pocos minutos, los hospitales de la capital comenzaron a recibir las
primeras víctimas y, poco después, llegaban los colapsos sanitarios.
Esta catástrofe sin precedentes ha sacudido, una vez más, un país abatido por las fuertes crisis
económicas y políticas con las que llevan más de 4 décadas intermitentes. Ahora, en un
momento en el que la población libanesa parecía salir a flote tras 9 meses de protestas pidiendo
reformas y exigiendo la caída de la élite política, a la que acusan de dilapidar las arcas estatales
y de repartirse el poder en función de cuotas confesionales.
Además, en cuanto al entorno sanitario en el que nos encontramos globalmente en la
actualidad, Líbano ha sido uno de los países menos afectados por el Covid-19. A pesar de ello,
escasos días antes de la explosión, el Gobierno había declarado confinamiento total por un
inesperado repunte de los contagios a causa del virus. Hecho que seguro ha reducido, dentro de
lo posible, las devastadoras consecuencias que, hoy, su magnitud aún no puede ser calculada.
Actualmente, los equipos de rescate se esfuerzan en buscar a todas aquellas personas que
siguen atrapadas bajo los escombros, en parte, gracias a la ayuda humanitaria que se ha
mandado a Beirut por parte de la gran mayoría de países, entre ellos España.